jueves, 29 de julio de 2010

73.

Lo sabías porque había sido uno de tus descubrimientos. La primera noción de su existencia fue una adaptación radiofónica de una de sus novelas, Cristo de nuevo crucificado. Eran tiempos de adolescencia, de Semana Santa devota y de dudas. Quedaste atrapado. Investigaste sobre el autor y llegó a ti Nikos Kazantzakis. Por aquel tiempo ya adorabas a la Grecia antigua y sentías una tremenda curiosidad por ese país actual que conservaba sus ruinas y una lengua heredera de la clásica. Te hiciste con una traducción del libro y lo leíste con igual éxtasis. Luego leíste la muy famosa Vida y hechos de Alexis Zorbas, que sirvió de argumento para la realización de una renombrada película, un alegato a favor de la vida aceptada como experiencia total frente a la pasividad del que la ve transcurrir al margen de su torrente. Hubo más lecturas y hasta llegaste a saberlo. Supiste en algún momento que Kazantzakis yacía en Creta, en Heraclio (o Iraklio, qué más da). Yace Kazantzakis hasta el día del juicio en su ciudad natal, dentro de una tumba sencilla, junto a la vieja muralla, en suelo ajeno al camposanto. La Iglesia ortodoxa se negó a darle albergue en tierra consagrada. En la piedra de su tumba hay unas palabras inscritas con el cincel de la vida agotada de tanto ser vivida, una frase que punza tus entrañas: Δέν ελπίζω τίποτα. Δέ φοβούμαι τίποτα. Είμαι λέφτερος. Nada espero. Νada temo. Soy libre. Fue un griego hijo al extremo de nuestra época que consumió su vida buscando algo que sólo encontró en el abrigo postrero de su tumba. Siendo joven, en uno de tus viajes a Grecia, visitaste el lugar y le hiciste alguna foto. El epitafio te evoca las huellas de una existencia asendereada que recorrió infinitos parajes con la pregunta siempre prendida de su alma. En la Rusia aherrojada por el comunismo pretendió ver una nueva aurora de la humanidad. Quiso verla en las pisadas de Cristo, de San Francisco de Asís y, como no, del Iluminado, del Buda Shakyamuni. En esta lista de buscadores no podía faltar aquel antepasado vuestro que navegó en pos de su patria, Odiseo, al que Kazantzakis dedicó una monumental e íntima visión en su secuela moderna de la Odisea. Con todo, en la rocosidad de su tumba cretense, bajo esa cruz tosca y asilvestrada, a la postre, queda vinculado con el Buda. O si queremos ver en sus surcos el polvo incrustado de lo helénico, esas letras entonan la salmodia austera de la filosofía estoica. Se comprende que los popes le denegaran el polvo del cementerio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario